martes, 16 de marzo de 2021

CUENTO EN CADENA


"UNA AVENTURA PARA NO OLVIDAR"


Érase una vez un niño llamado Eduardo, que vivía en una mansión. Aunque sus padres eran ricos, era un niño que lo pasaba muy mal. El caso era que nunca los veía. Tenía un mayordomo llamado Pedro. Pedro estaba siempre jugando con Eduardo. A él nunca le dejaban ir con los pocos amigos que tenía. Sus amigos se llamaban Hugo y Andrea.


Una mañana, mientras iba a su colegio privado con su mayordomo Pedro, Eduardo vio a Hugo y a Andrea, y los saludó. Eduardo le preguntó al mayordomo con cara de tristeza si le dejaba hablar con ellos. El mayordomo le dijo que solo un rato, para que los padres no se enteraran.

—Cuando mis padres y Pedro se duerman, me escaparé de casa—les comentó Eduardo en voz baja.

—¿A dónde vas a ir? —le preguntaron Hugo y Andrea asombrados.

Eduardo se quedó pensativo…


Eduardo se quedó sin dormir toda la noche pensando a dónde ir. De repente, se le ocurrió una idea. Cogió el móvil y llamó a sus amigos Hugo y Andrea. Les dijo que estuvieran en el parque de la iglesia abandonada a las doce.

 

Todos cogieron una manta, comida y unos sacos de dormir. Cuando Eduardo ya estaba saliendo, se tropezó y el mayordomo Pedro se despertó. Eduardo lo escuchó levantarse y se fue corriendo a por la moto que le regalaron sus padres. Cuando llegó al parque, ya eran las doce y sus amigos, Hugo y Andrea, estaban ahí. Prepararon los sacos para acostarse, los estiraron y se pusieron a contar historias de miedo sobre fantasmas.

 

Los padres de Eduardo se levantaron, fueron a despertarlo y se preocuparon mucho porque no sabían dónde estaba. Lo buscaron por todos lados, desesperados, pero no dieron con él, así que decidieron llamar a la policía con urgencia.

 

Eduardo y sus amigos ya tenían mucho sueño, ya que era muy tarde. Cuando se fueron a dormir, empezaron a escuchar ruidos muy extraños, pero no les dieron tanta importancia. Al cabo de un rato, volvieron a escuchar los mismos ruidos, pero esta vez eran mucho más fuertes. Estaban muy asustados y no sabían qué hacer.

 

La policía los buscó por todo el pueblo y no los encontraron, ya que estaban en la zona oculta del parque. Algún tiempo después, y con menos nervios en el cuerpo, Eduardo y sus amigos intentaron dormir nuevamente. Pero esto les fue imposible, una carcajada escalofriante y risas constantes les rodeaban.

 

­—Chicos, ¿qué está pasando? —preguntó Andrea con voz nerviosa.

—No sé —muy asustados, contestaron a la vez los chicos.

De pronto, las risas y las carcajadas desaparecieron, y una voz inquietante les dijo:

—Hola, chicos…

 

Ellos se asustaron y gritaron mucho. El hombre les dijo que no se asustaran, que no les iba a hacer nada. Hugo, Andrea y Eduardo se tranquilizaron un poco. El hombre se presentó como “el viejo del parque”, pero su verdadero nombre era Mario. Él les contó que era muy peligroso estar a esas horas en el parque, y más aún dormir allí. Hugo, que era el más valiente, le dijo que ellos no tenían miedo y que no les iba a pasar nada. Mario les dijo que en ese parque hace muchos años ocurrió algo muy misterioso. Eduardo se asustó mucho y se quería ir. Hugo y Andrea dudaron un poco, pero luego Hugo dijo:

—¡Eso pasó hace años!! ¡No tenemos que preocuparnos! Hemos venido a estar los tres juntos.


Mario, al verlos dudar, les dijo que su casa estaba cerca y que podían cenar y pasar allí la noche. Los chicos lo pensaron y decidieron ir con Mario a su casa. Después de media hora caminando, llegaron a casa de Mario. Al entrar, se quedaron sorprendidos al ver lo que Mario tenía en el salón. Tenía sillas viejas, pero una buena televisión. También tenía una guitarra, una chimenea y fotos de él con su mujer. Además, tenía un perro muy dócil. Cenaron sopa de fideos y les encantó. Se calentaron con la chimenea y unas mantas. A las dos en punto se durmieron.

A la mañana siguiente, como se despertaron tarde, salieron y vieron a Mario regando las flores. Lo saludaron y les preparó el desayuno. Mientras tanto, la policía seguía buscando a Eduardo. Pedro estaba más asustado que los padres, porque le tenía un inmenso cariño, y a su vez, Eduardo pensaba en Pedro.  


Esa mañana, la policía estaba buscando por todo el pueblo. Tocaron en la casa de Mario y los niños se escondieron en un armario viejo. La policía entró y buscó por las habitaciones, en la chimenea, en la cocina y en muchos sitios más. Pero menos mal que el armario estaba en un sótano oscuro y allí no miraron. Cuando la policía se fue, Eduardo Hugo y Andrea salieron y se encontraron unos ojos, unas manos y unos pies brillando. Se asustaron tanto, que se escondieron nuevamete. Misteriosamete, se encendieron unas luces y salieron corriendo, y se encontraron algo muy extraño.


Los tres amigos empezaron a gritar muy desesperados y llamaron a Mario porque querían contarle lo que habían visto, pero Mario no respondía. Ellos intentaron salir a la calle pero se llevaron una gran sorpresa. Se dieron cuenta de que aquellas manos, ojos y pies brillantes, que ellos habían visto anteriormente, llevaban las flores que Mario había regado.

—¡Mario, Mario! —gritaban.


Los niños estaban bastante asustados porque pensaron que estaban con un desconocido, pero Mario intentó tranquilizarlos. Les explicó que los pies que vieron en el sótano eran de un maniquí que tenía guardado ahí, porque se sentía solo y no tenía con quién hablar. A los niños les dio pena que estuviera solo, pero de repente, Eduardo se dio cuenta de que a Mario se le empezaron a poner los ojos de color naranja. Todos se asustaron tanto que se fueron corriendo a la puerta, pero cuando Hugo fue abrirla, no podía porque estaba cerrada.


Eduardo escuchó la voz de Pedro cerca y los tres empezaron a gritar. Lastimosamente, no hubo suerte. Entonces, Andrea se acordó de que tenía el móvil en la mochila, pero…

—¿Dónde está la mochila? —preguntaron Eduardo y Hugo.

Andrea, nerviosa y enfadada, le dijo a Hugo que le había dado la mochila a él. Hugo puso cara de pensativo:

—Mmmm… Pues la verdad, no me acuerdo. ¿De qué mochila hablas? ¿De la roja o de la amarilla? 

Andrea lo miró con mala cara.

—¿Qué? —dijo Hugo —. La culpa es de ustedes por usarme de perchero. ¡Yo también me canso! 

—¡Mario se acerca! — interrumpió Eduardo.

Los tres se separaron por la casa a buscar las mochilas.

Al cabo de un ratito, Eduardo encontró las mochilas; pero cuando fueron a marcar, se apagó el teléfono.


Al ver que no tenían batería en el móvil, decidieron esconderse detrás de un sofá viejo que Mario tenía, y esperar mientras pensaban cómo salir de ahí. Al cabo de unos minutos, escucharon una voz muy bajita que venía de una puerta que estaba escondida detrás de un armario. Andrea, que era la que estaba más cerca, decidió abrir la puerta. Allí se encontró con una niña muy asustada. Su nombre era Raquel. Les dijo que Mario la tenía encerrada y que cuando se le ponen los ojos de color naranja, había que esperar a que se le fuera el efecto y volviese a la normalidad, para aprovechar que él estaba bien y así poder escapar. 


Así que esperaron. Cuando se le pasó el efecto, salieron corriendo, pero la puerta estaba cerrada. Entonces pensaron en cómo abrirla.

—Ya sé —dijo Hugo—. Podemos tumbar la puerta.

—¿Cómo? —preguntó Eduardo.

—Haciendo fuerza —contestó Hugo.

—Vale —dijo Eduardo. 

Entonces, empezaron a empujar la puerta. Al final la tumbaron y escaparon. Cuando salieron, Mario les persiguió y Eduardo empezó a gritar. Pedro lo escuchó, pero no sabía dónde estaba. La policía se puso a buscar, pero no lo encontraban y tuvieron que avisar a sus padres. 


Pedro, no perdía la esperanza de que no tardarían mucho en reencontrarse con su amigo Eduardo. Sin embargo, la policía seguía la búsqueda de los chicos sin conseguir, de momento, ninguna pista que los hiciera llegar hasta ellos. Al final, los chicos pudieron despistar a Mario y este les perdió la pista. Eduardo, Andrea y Hugo estaban muy cansados después de la huida, y decidieron descansar un poco. Andrea no paraba de llorar, estaba demasiado asustada. Eduardo y Hugo intentaban tranquilizarla y la animaban diciéndole que pronto volverían a casa con sus familias. 


Después de un rato, vieron a sus padres, se levantaron, fueron corriendo hacia ellos y les dijeron que querían irse a casa. Los niños se despidieron y se fueron a sus casas. Algún tiempo después, llegaron a sus casas y se acostaron a dormir. Al día siguiente, los tres amigos quedaron y se pusieron a jugar al escondite hasta que se cansaron. 


Como estaban tan cansados, se sentaron en una acera que había cerca. Pero como la acera era bastante vieja, se fueron a otra que estaba recién hecha. Después de estar un rato hablando, cada uno se fue para su casa. Cuando Eduardo se dirigía a su casa, se encontró a alguien muy extraño. Lo miró, y se dio cuenta de que... ¡era Mario! Así que empezó a correr. 

—¡Para ahí, niño! —dijo Mario—. No debes ir solo por la calle. Eso es muy peligroso, pueden hacerte algo…


En ese momento, Eduardo se paró y le preguntó a Mario:

—¿Qué quieres?

Mario reaccionó empezando a correr detrás de Eduardo, pero este se escondió. Mario comenzó a buscarlo, sin embargo, no consiguió dar con él. Desafortunadamente, Eduardo se había metido en un callejón sin salida, pero se dio cuenta de que había una escalera junto a un gigantesco muro. Entonces, cogió la escalera, saltó el muro, tirando la escalera, y acudió a sus amigos a decirles que fueran corriendo a sus casas y que tuvieran mucho cuidado, porque Mario estaba cerca. También les dijo que cada vez que fueran a quedar juntos, no lo hicieran en el parque, que quedaran en otro sitio, ya que Mario rondaba siempre ese lugar.


Después de haberles dicho que tuvieran cuidado, cada uno se fue para su casa corriendo y se acostaron, ya que llevaban un día muy ajetreado. 


Al día siguiente, se levantaron a las doce. Eduardo llamó a Andrea y a Hugo para quedar en una plaza, a ver si no se encontraban a Mario. Cuando llegaron, comenzaron a jugar. 


Estuvieron mucho rato jugando. Una niña llegó a la plaza a ver si podía jugar con ellos, y se hizo su amiga.  Le contaron todo lo que había pasado. Ella se asustó un poco, pero siguió jugando con ellos. 


Se hicieron las siete, ya era de noche, y de repente llegó un hombre. Resultó que era Mario, pero iba acompañado de Pedro. 


Eduardo miró a Mario y le preguntó:

—¿Qué haces tú con Pedro?

Mario le contestó:

—Somos hermanos.

Eduardo no se lo creyó y todos salieron corriendo, llevándose de la mano a Pedro.


Pero de pronto, Pedro se paró y le dijo a Eduardo que Mario era su hermano, que no le tuviera miedo. Le explicó que solo tenía ese problema, que se le ponían los ojos anaranjados cuando se asustaba, pero que lo tenía bajo control y no hacía daño alguno. Eduardo, al escuchar a Pedro, se quedó más tranquilo y avisó a sus amigos. Eduardo les contó que no había nada que temer, que Mario era un buen hombre, miedoso, pero muy amigable. 


Al final, todos volvieron juntos a casa y cenaron palomitas, viendo una peli muy graciosa.

 




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